Perú: encanto salvaje en la sierra andina
Llegar a un refugio en la altura, rendirse ante el Valle del Colca y ver la selva pasar desde un crucero, tres aventuras en versión deluxe
El camino no es para nada sencillo. Son sólo 280 kilómetros los que separan Viñak de Lima, pero uno tarda casi 6 horas en llegar hasta allí. Partiendo de la capital se debe tomar el desvío hacia Lunahuaná, en Cañete. Hasta allí todo es ruta asfaltada en perfectas condiciones. Pero luego de Lunahuaná comienza el trajín.
El camino es cuesta arriba y no es recomendable emprenderlo si no se cuenta con una 4x4. En el camino, de 4 horas, los trucos contra la altura deberán ser sacados de inmediato de la guantera, pues nuestro destino nos espera a casi 3200 metros sobre el nivel del mar.
Cuando empieza a preguntarse si tanto esfuerzo vale la pena, Viñak le tapará la boca de golpe. El poblado parece estar enclavado en el Cuzco, rodeado por cerros verdes, un maravilloso cielo azul y una tranquilidad totalmente ajena a la capital. Sin embargo, ¡Aún estamos en el departamento de Lima! Si quiere ser parte de una experiencia de lujo, entonces tiene que descubrir El Refugio.
El Refugio
Luego de un trayecto tan severo resulta más que paradisíaco ingresar en una casa de madera y piedra con todas las comodidades de un hotel 5 estrellas. Un comedor con amplios ventanales que permiten apreciar el valle desde más de 3000 metros de altura; habitaciones en las que no falta una bolsa de agua caliente; chimeneas para espantar el frío serrano y, lo más destacado, un jacuzzi en medio del jardín en el que el turista se puede sumergir para desafiar el frío de la noche u observar, con un trago en la mano, el maravilloso paisaje.
Pero como no se pretende que el visitante se quede todo el tiempo en el hotel, hay diversas actividades personalizadas. El lugar cuenta con un establo con caballos cuarto de millas y una entrenadora que guiará a los huéspedes en las rutas por los lugares aledaños, y bien puede terminar la travesía en una pachamanca al borde del río.
Para los que estén más en forma, hay bicicletas de montaña y equipos para salir a dominar los apus.
Valle del Colca
Un sol que encandila o un cielo despejado que reluce por las noches, estrellas por doquier y un verde valle que tiene como testigos a los volcanes Hualca Hualca, el Ampato y el Sabancaya.
El Colca se ha convertido en uno de los destinos con mayor potencial del sur del país. A lo largo de sus dos márgenes, el cañón con sus tierras fértiles muestra un legado patrio en el que andenerías preincaicas y villas fundadas en el siglo XVI por los españoles lo dotan de una gran diversidad.
Para un turista más exigente, las actividades son lo primordial. Por eso las alternativas del Colca han tenido que diversificarse, igual que las caminatas, antes obligatorias porque era el único medio de ingresar en la zona. Actualmente, parte del objetivo es admirar el paisaje y los animales. Los niveles de dificultad pueden ser de todo tipo y para todo físico. El principal es el que sale desde el mirador de la Cruz y finaliza en el mirador del Cura. Este es de sólo una hora a paso tranquilo y resulta ideal para los principiantes. Aquí, la idea es poder estar más cerca del vuelo de los cóndores y apreciar la flora de la zona.
Año tras año aumenta el número de hospedajes en ambas márgenes del valle. El refugio Las Casitas del Colca se convertirá en el recinto de lujo de la zona, con 20 lujosas cabañas construidas en armonía con la arquitectura de la zona.
Cruceros en Iquitos
Imagínese el viaje perfecto por la selva amazónica del Perú: está a bordo de una acogedora embarcación de madera y lo que ve es un río inmenso que serpentea en un manto verde. Por la noche, cientos de miles de estrellas.
El aire tibio roza la piel y los sonidos que cortan el silencio provienen de animales salvajes. La siesta es parte de la rutina, las dietas se olvidan frente a la buena comida, hay agua limpia y se puede bañar en su camarote cuantas veces quiera.
Los guías son biólogos y nativos que le cuentan los misterios de los tímidos delfines rosados, de los extraños shanchos, cerdos salvajes, y de los martín pescadores que surcan los aires. Gran parte de la tripulación tiene conocimientos de música y cuando cae la tarde regala canciones que salen de los límites del barco para ser parte de este magnífico mundo. Este viaje no es ficción.
Roberto Rotondo, de Jungle Expeditions, comenta que hace una década bordea la Reserva Natural Pacaya Samiria, con unos 6000 pasajeros por año, el 99% extranjeros. Posee cinco embarcaciones que navegan 1100 kilómetros durante 7 días.
Los cruceros parten de Iquitos y recorren el Ucayali hasta el río Sapote, luego regresan e ingresan en el Marañón, para llegar a la comunidad Monte Alegre, donde está el lodge de la empresa. Desde allí navegan por el Marañón hasta el Gran Amazonas, para volver a Iquitos.
Chile: en los extremos y frente al mar
Rincones que combinan naturaleza, aventuras intensas, hotelería de lujo y gastronomía de excelencia
San Pedro de Atacama, Isla de Pascua y Puerto Natales combinan excelencia y sofisticación, con propuestas para reponer energías y salir listo para enfrentar una nueva vida.
San Pedro de Atacama
Tanta fama tiene este pueblito andino metido en el desierto de Atacama, en el norte de Chile, que hay gente que ni siquiera se detiene en Santiago, la capital del país, con tal de llegar lo más pronto posible.
San Pedro es una aldea como tantas del Altiplano, en la que un día comenzaron a concentrarse jóvenes mochileros y aventureros. Encontraban casas de barro, precios bajos y un entorno natural alucinante: el pueblo está rodeado de volcanes, salares, termas y lagunas, todo en medio del desierto más seco del mundo.
Ahora, San Pedro es uno de los destinos turísticos más potentes y famosos de Chile, y centro de operaciones de una inagotable oferta que mezcla naturaleza y aventura. En los últimos años ha sumado una creciente muestra de hotelería de primera categoría, con varios de los proyectos mejor diseñados y lujosamente atendidos del país.
Entre ellos se encuentra Awasi, con sólo 8 cabañas, cada una con su propio vehículo y guía; si prefiere, hay servicio de avión privado.
Tierra Atacama es un hotel lleno de estilo, con maravillosa y silenciosa ubicación en las afueras del pueblo, vista al volcán Licancabur, spa y sólo 32 habitaciones.
A tres kilómetros del pueblo, AltoAtacama está rodeado por la bella Cordillera de la Sal, y detalles que se agradecen: sin teléfono ni televisión en las habitaciones, pero con piscinas, spa y un interesante proyecto de cocina fusión.
Isla de Pascua
Conocida por el nombre nativo de Rapa Nui, la Isla de Pascua es un pedazo de Polinesia en medio del oceáno Pacífico, bajo soberanía chilena desde 1888, aunque muchos turistas perfectamente llegan sin darle importancia al dato.
Es famosa por sus legendarios moais, gigantescos torsos esculpidos en piedra por los antepasados de los actuales rapanui; sus fiestas tradicionales, como Tapati, donde se recrean varias costumbres nativas y que se realiza en verano; algunos buenos sitios de buceo y playas que están entre las mejores del país: Anakena y Ovahe.
The New York Times la incluyó en su lista de sitios que hay que visitar durante 2008. Y desde hace poco la isla cuenta con su primer proyecto hotelero de lujo, la Posada de Mike Rapu, iniciativa conjunta del legendario buceador pascuense Mike Rapu y de Explora, una minicadena de hoteles de lujo, con proyectos en San Pedro de Atacama y, el más famoso de todos, a los pies de Torres del Paine, conjunto montañoso que es otro de los hitos naturales chilenos con fama propia en el mundo.
Puerto Natales
Las Torres del Paine son un grupo de "columnas" de roca, en medio del Parque Nacional del mismo nombre, en la Patagonia chilena. Un bloque de montañas y praderas salpicado con lagunas de colores insólitos, especialmente famoso entre los amantes de la naturaleza y los circuitos de trekking; W es el nombre del sendero más conocido, porque recorre los piedemontes de estas torres.
Puerto Natales fue por años sólo el último pueblo antes de este hito natural hasta que empezó a brillar con luz propia; se llenó de proyectos turísticos, tiendas, restaurantes más o menos sofisticados y hasta cervezas artesanales propias, y, claro, hoteles con estilo.
Hay al menos tres proyectos que llaman la atención: el Remota, un hotel pensado por un conocido arquitecto chileno, Germán del Sol, que cuenta con programas todo incluido, desde alojamiento a excursiones y aventuras, atendidas con equipos y guías propios, y generosos espacios para descansar y disfrutar del paisaje.
El hotel Altiplánico Sur, hermano del Altiplánico original, en San Pedro de Atacama, y vecino al Remota. Cuenta con sólo 22 habitaciones, cuidado diseño y buen servicio, además posee una apariencia curiosa: está prácticamente enterrado.
Concepto Indigo es uno de los hospedajes pioneros en la zona, partió como un íntimo y acogedor hostal, y ahora es un hotel lleno de estilo, con habitaciones acogedoras, spa en el piso superior, buen restaurante, programas de actividades y notable vista sobre el Seno de Ultima Esperanza.
Puerto Rico: fantasías en la isla
Propuestas chic para comer, beber, dormir y gozar de la isla, muy cerca del Viejo San Juan o en la villa Rincón y la increíble Vieques
Un boom de restaurantes y bares guapos animan la costa metropolitana de Puerto Rico. Reinventan lo mejor de la comida caribeña para cuando el viajero se canse del tradicional arroz con habichuelas, y ponen copas en bares decorados con lo último en diseño.
En Vieques se disfruta de las mejores playas y de una experiencia natural única: nadar en una bahía que brilla. Al extremo oeste del país, en el famoso pueblo de Rincón, una villa mediterránea se acurruca en medio de una arboleda. Y cerca del histórico San Juan, dos restaurantes únicos.
Vieques
Esta pequeña isla, 13 kilómetros al este de la isla mayor, combina lujo con actividades al aire libre. Los viajeros llegan en ferry o en avioneta para descubrir algunas de las mejores playas de Puerto Rico, hoteles de diseño y un estallido de restaurantes de cocina creativa que están comenzando a competir con los del área metropolitana.
En el Malecón, en el barrio La Esperanza, al sur de la isla, el restaurante El Quenepo combina la cocina criolla con ingredientes exóticos para hacerla más divertida. El filete de atún, vestido de ajonjolí y algas orientales wakame, está montado en una salsa que permite apreciar en cada bocado cómo se suceden el gusto del mango, el jengibre, el cítrico y el wasabi. Es un espacio con velas y manteles que no presume en demasía de su elegancia para no alienar al turista en traje de baño y sandalias.
La mejor manera de explorar la isla es alquilar un vehículo todoterreno, para sortear los huecos de las carreteras sin pavimentar que conducen a las playas más prístinas, localizadas en el Sur, como Blue Beach, para quienes buscan un lugar apartado y bucear con snorkel.
Asimismo, el viajero puede llegar en kayak o en bote a la famosa Bahía Bioluminiscente, uno de los pocos lugares del planeta donde vive un microorganismo inofensivo, el torbellino de fuego ( Pyrodinum bahamense ), que emite luz al contacto con otro organismo u objeto. Vale la pena planificar el viaje para los días de luna nueva, cuando se aprecian mejor. Es un placer zambullirse en el agua y brillar como un meteoro.
San Juan
Ningún restaurante capitalino reinterpreta con tanta creatividad la cocina caribeña como Koco, en el San Juan Hotel & Casino, en la ciudad costera de Carolina. Su aperitivo más lúdico: croquetas de batata, rellenas de pernil con jengibre y mojada en soja endulzada, pero clavadas en un palito como una paleta de caramelo.
Blandas y jugosas vieiras frescas se distinguen como plato fuerte, en salsa espesa de melaza, acompañadas de plátano maduro, setas shitake y habichuelas edamame. Es uno de los pocos restaurantes en Puerto Rico con una carta especializada en ron; tiene 50 de los mejores ejemplares del Caribe.
La oferta de cafés y restaurantes de la zona turística atesora el famoso Hotel La Concha, en El Condado. Es la joya de la arquitectura tropical moderna de mediados del siglo XX, que se reinauguró en marzo último, luego de haber estado cerrado durante 11 años. El primer nivel es un gran lounge que acoge un público adulto, de alto nivel adquisitivo.
Rincón
Si Rincón se jacta de tener los mejores atardeceres de la isla, también suele hacerlo con su hotel más distinguido. El Horned Dorset Primavera, en el área oeste la región, tiene un estilo de villa mediterránea y es parte de la lujosa cadena Relais & Châteaux.
Cada una de las 39 suites tiene piscina privada y mobiliario de Italia, Filipinas y Marruecos, que exhibe tejidos de colores, fina madera tallada, puertas con arco y lámparas mozárabes, además de baños con paredes revestidas en mármol y bañeras de patas al estilo antiguo, con espacio para dos personas.
La dirección se encarga de preguntar por los gustos de los huéspedes desde el momento de la reservación, para satisfacer sus gustos gastronómicos. Aquí se ofrece un servicio a la medida sin resultar intrusivo. El chef Aaron Wratten crea variados platos internacionales sin olvidar los ingredientes criollos. Destaca el mousse de salmón con caviar como aperitivo o un lomo de cerdo relleno de plátano en salsa de tamarindo como plato fuerte.
Lo prefieren personalidades Hillary Clinton, que acaba de hospedarse en él. No se permiten menores de 12 años ni usar celulares en áreas comunes. No hay radios ni televisores. Los pájaros, la brisa y el sonido de las olas del mar serán sus constantes compañeros.

La mayoría de las galerías permanecen abiertas hasta las 6 pm; los viernes, Jancar cierra a las 5.





































Frutos del país

Mar, médanos, sol y bosques: la Costa Atlántica bonaerense es el destino preferido por los argentinos a la hora de planear las vacaciones. A lo largo de 1. 200 km de playas, cada turista puede encontrar un balneario a su medida.
La Secretaría de Turismo de la pcia. De Buenos Aires anuncia como la “gran novedad de la temporada” el Tour de Verano 2011 de Showbol, que recorrerá las playas de la Costa Atlántica. Entre otras figuras, jugarán ex futbolistas como Sergio Goycochea, Fernando Redondo, Carlos Navarro Montoya y Ricardo Bochini.
Mar del Plata promociona su temporada como “La Ciudad de las Estrellas”, con más de cien espectáculos en cartelera. Los eventos principales de enero serán la Fiesta Nacional del Mar, la Zurich Gala de Mar (concierto gratuito, el 21 de enero en Playa Grande), y la Fiesta de los Pescadores. En febrero se entregan los Premios Estrella de Mar y se realiza la Fiesta Provincial de Mar del Plata. Fueron remodeladas la zona de Punta Iglesia, el Paseo de las Américas y algunos balnearios.
El Partido de la Costa, con su ambiente distendido y familiar, tiene atractivos ineludibles como Mundo Marino –en San Clemente–, el muelle de pesca de Mar de Ajó, la réplica de la carabela Santa María en Santa Teresita y el Laberinto de Las Toninas. Los viernes se realizará en distintas localidades el Festival Folklórico del Tuyú, con entrada gratuita, y los sábados habrá recitales de Catupecu Machu, Los Pericos, Los Cafres y La Mancha de Rolando. En febrero, Iñaki Urlezaga baila en el Festival de Danza de Mar.
Mar de las Pampas
Al Norte de San Clemente del Tuyú vale la pena visitar la Reserva Natural Punta Rasa, donde las aguas del Río de la Plata desembocan en el océano Atlántico. En esta reserva se alojan miles de aves migratorias que hacen escala en su largo viaje desde el Hemisferio Norte. Muy cerca de allí, el Faro de San Antonio invita a subir con un elevador a la cima para ver el relieve de la Bahía de Samborombón y una panorámica de los balnearios cercanos. El complejo de termas marinas del Parque Bahía Aventura es único en el país por sus aguas medicinales que provienen del océano.
Desde el Area Técnica de la Dirección de Turismo de Pinamar, Marcela Goyeneche anuncia “nuevas ofertas en alojamiento, gastronomía y recreación, aumentos del 15 al 20% en alquileres de casas y del 15 al 25% en hospedajes, respecto de enero de 2010. Los paradores y balnearios de moda serán UFO Point, El Signo, El Más Allá y CR, con el spa de playa Hemingway, en Cariló”. La temporada se inaugurará a principios de enero, con la fiesta de Bendición de Aguas, con fuegos artificiales y espectáculos. Se anuncian el Festival de Jazz en el Mar, Conciertos en el Bosque (los jueves en Cariló) y un ciclo de conferencias de escritores.
Una alternativa más tranquila y familiar en el partido de Pinamar es Ostende. El Viejo Hotel Ostende –que aún funciona– es testigo de la lucha de los pioneros belgas contra los médanos, y del paso de visitantes ilustres como Antoine de Saint-Exupéry, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares que situaron aquí su novela “Los que aman, odian”. Sobre la playa también se puede ver La Elenita, austera cabaña de madera que perteneció al ex presidente Arturo Frondizi, quien la levantó con sus propias manos en 1935.
Villa Gesell es el balneario preferido por los jóvenes. A las playas y los paseos por la avenida 3 y la Costanera se suman paseos guiados hasta el faro Querandí, el Pinar del Norte, Mar de las Pampas, Mar Azul y Las Gaviotas.

1. San Clemente del Tuyú
Es la playa más cercana a la Ciudad de Buenos Aires (320 km). En el oceanario Mundo Marino se destacan los espectáculos de orcas, delfines y lobos marinos. También se puede conocer una colonia de pingüinos, ver cómo nadan ballenas y delfines y visitar la Casa de los Hipopótamos. Además, buenas playas y exquisitos pescados en restaurantes del centro y del puerto. Otro imperdible es la cervecería, casa de té y tortas europeas Pequeña Zurich.
https://www.lacosta.gob. Ar/

2. Pinamar
Pinamar es una ciudad jardín que ha crecido a la sombra de los árboles sobre el relieve sinuoso de los médanos. El paisaje armoniza lo urbano con lo natural. En las playas céntricas los balnearios palpitan al ritmo de la música, los torneos deportivos, los eventos y presentaciones de las grandes marcas. La zona de dunas vírgenes, con médanos de hasta 30 m de altura al norte de la ciudad, es un paseo imperdible en cuatriciclo o a pie. Es muy amplia la oferta de actividades deportivas, como paseos en 4x4, cabalgatas, sandboard, windsurf, polo en el complejo La Herradura y el golf en una cancha de 18 hoyos.
https://www.pinamar.gov. Ar/

3. Ostende
Este balneario de playas anchas fue creado por los pioneros belgas Fernando Robette y Agustin Poli a principios del siglo XX. El diseño conserva avenidas diagonales y una avenida central que termina en un hemiciclo en la zona de playas. De aquellos tiempos se conserva la llamada Rambla de los Belgas, la Maison Robette –construida por uno de los pioneros– y el Viejo Hotel Ostende. https://www.pinamarweb.com. Ar/

Enmarcado por un bosque de pinos y eucaliptos, Cariló es el balneario más exclusivo de la costa argentina. Sus estrictos códigos arquitectónicos lograron armonizar las viviendas y comercios con su magnífico entorno natural. Las playas lucen agrestes, con tres balnearios y un parador. Aunque no tiene vida nocturna, Cariló es apta para la práctica deportiva, con una cancha de golf de 18 hoyos y un centro hípico. La oferta gastronómica incluye comida japonesa, alemana, italiana y mediterránea. Cariló tiene un centro comercial con una cuidada arquitectura, en sintonía con la naturaleza.
https://www.carilo.com. Ar/

5. Villa Gesell
Un clásico para familias y grupos de jóvenes en busca de diversión. Además de las caminatas por la avenida 3 y la Costanera, un paseo imperdible es el que recorre la Reserva Cultural y Forestal Pinar del Norte, donde comienza la historia de la Villa de la mano de Carlos Gesell, quien logró domesticar los médanos de la zona. Además del paseo entre eucaliptos, acacias y pinos, aquí se puede conocer el Museo creado en la primera casa de fundador, con puertas orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, para burlar al viento y la arena. Muy cerca de allí también se puede visitar el Museo de los Pioneros, el vivero y la segunda casa de Carlos Gesell, que funciona como centro cultural. Otro de los paseos recomendados es el recorrido en 4x4 o cuatriciclos hasta la Reserva Natural Faro Querandí. https://www.gesell.gov. Ar/
6. Mar del Plata
Mientras La Perla, Bristol, Punta Iglesia, Playa Grande y los balnearios de Punta Mogotes mantienen su vigencia, playas más tranquilas y forestadas se suceden al sur, camino a Chapadmalal. A los clásicos paseos por la Rambla, el Casino, el puerto y el faro de Punta Mogotes, en la ciudad balnearia más importante del país se agrega una visita al Barrio de Los Troncos, cuyas mansiones de estilo europeo de fines del siglo XIX originaron la fama de “La Biarritz argentina”. El circuito pasa por el Centro Cultural Villa Victoria Ocampo, el Archivo Museo Histórico Municipal Villa Mitre, la Casa Los Troncos que dio origen al barrio y las calles Alem y Güemes, con restaurantes, comercios, bares y vida nocturna. También se puede recorrer el Circuito Stella Maris que incluye el Torreón del Monje, algunas villas pintoresquistas de principios de siglo, el Museo Castagnino, el Museo del Mar y la calle Güemes con sus restaurantes, bares y tiendas de marcas de primera línea. Los amantes de la naturaleza también cuentan con el bosque Peralta Ramos y Laguna y Sierra de los Padres. Con discos y pubs, las propuestas nocturnas esperan en la avenida Constitución.
https://www.turismomardelplata.gov. Ar/
7. Miramar
A 45 km de Mar del Plata, las calles y avenidas de Miramar están diseñadas para que los niños sean protagonistas. Los balnearios del centro, entre los que se encuentran 9 de Julio, Playa Morena y Waikiki, convocan familias que se instalan desde temprano a disfrutar del sol. Las playas más tranquilas están en Frontera Sur, muy aptas para el sandboard. Es imperdible un paseo por el Vivero Dunícola Ameghino, con más de 500 ha de pinos y eucaliptos, senderos para caminatas, alquiler de caballos y fogones.
https://www.mga.gov. Ar/

8. Necochea
Servicios muy completos, amplias playas y el Parque Lillo, ideal para recorrer a pie, a caballo, en bicicleta o en el Tren del Parque. En el parque se encuentran el Lago de los Cisnes, el Anfiteatro y el Museo de Historia, en una casona de la familia Díaz Vélez. La vecina Quequén ofrece el faro, las playas y el puerto. Vale la pena conocer las playas agrestes y enormes dunas de Costa Bonita, y tomar una excursión en 4x4 hasta los parajes del sur, surcados por médanos, naufragios y acantilados.
https://www.entur.com. Ar/

9. Claromecó
Los balnearios del partido de Tres Arroyos (Claromecó, Reta y Orense) son ideales para viajeros en busca de tranquilidad. Claromecó es el más visitado, gracias a sus playas extensas y buena pesca. El paisaje combina mar, bosques, lagunas, ríos, arroyos y campo. Se pueden visitar el Faro de 1922, los bosques y lagunas de la Estación Forestal y las costas del arroyo Claromecó, con fauna autóctona y siete cascadas.
https://www.tresarroyosturismo.com/

Aguas cálidas, en una de las pocas playas del país donde se puede ver la salida y la puesta del sol. Para visitar, el centenario Faro Recalada (de 1906), el Museo Naval y el balneario y laguna Sauce Grande, para hacer fogones, deportes náuticos y observar aves. Una excursión llega hasta el yacimiento arqueológico El Pisadero –a 6 km de la ciudad–, donde se hallaron huellas de pisadas humanas de 7 mil años de antigüedad.
https://www.montehermoso.gov. Ar/

Hace tres años, un terremoto seguido de un tsunami arrasó con todo. El maretazo, como dicen por acá, estrelló lanchones contra las casas, arremetió contra dos tercios de las construcciones y se internó hasta 200 metros tierra adentro.
Hoy quedan pocos vestigios de aquella pesadilla en Paracas, un pequeño puerto sobre el Pacífico, 260 km al sur de Lima. Los hoteles que quedaron reducidos a escombros han reabierto sus puertas, totalmente remodelados. También se inauguraron un par de resorts cinco estrellas, se reanudó y amplió la oferta de paseos, y el turismo retomó el impulso que venía experimentando antes del cataclismo.
Porque hasta estas costas áridas y ventosas llegaban, y llegan, visitantes de todos los rincones del mundo, curiosos por conocer uno de los ecosistemas marinos más raros y ricos que existen. Es precisamente en las islas Ballestas, un conjunto de islotes salpicados a 20 km de la bahía de Paracas, donde se concentran más de 200 especies de aves marinas, algunas provenientes de puntos tan lejanos como Cabo de Hornos o el Artico.
Así, sobre las rocas de granito se apiñan cormoranes, pelícanos, zarcillos (símbolo de las islas, deben su nombre a las dos plumitas que cuelgan al costado de la cabeza, cual par de aretes) o piqueros. Este último, llamado así porque se lanza como flecha al mar en busca de alimento, es también el pájaro guanero por excelencia.
El guano es el excremento de aves marinas y un cotizado fertilizante natural, además de haber sido uno de los principales productos de exportación de Perú en el siglo XIX, hasta tal punto que fue un detonante de la Guerra del Pacífico (por la negativa de compañías chilenas a pagar un impuesto sobre el guano). Se dice además que las islas Ballestas perdieron 30 metros de altura cuando se extrajeron millones de toneladas de este peculiar abono para despachar a Europa y Estados Unidos, a mediados de 1800.
Lo cierto es que hasta el día de hoy las aves siguen depositando lo suyo en estos enclaves, y se puede ver a los trabajadores que aún extraen el guano de manera artesanal, cargando los enormes sacos o costales en botes de madera. Por suerte, la recolección está confinada a un puñado de islotes, de modo que el olor acre y penetrante que de repente invade el aire dura apenas unos minutos.
Pero además de la variedad de aves, sobre las curiosas formaciones rocosas -que incluyen túneles, bóvedas y cuevas naturales- también retozan cientos de lobos marinos, focas y pingüinos de Humboldt, entre otras especies que conforman el gran atractivo ecoturístico de la zona (ni hablar de los delfines que muchas veces acompañan a los saltos y piruetas las embarcaciones de turistas, para deleite de los pasajeros).

Tan rica es la vida en esta bahía -en gran parte debido a las corrientes frías de Humboldt, que llenan las aguas de plancton y microorganismos- que a las islas también se las conoce como las Galápagos de Perú.
Por esa razón son un área protegida donde está prohibido desembarcar, y hay que conformarse con mirar desde las lanchas las manadas de lobos marinos que aúllan, gruñen y se pelean y, en fin, terminan haciendo el show del día.
El bonus del paseo hacia las islas está en el llamado Candelabro, un geoglifo de 130 metros trazado en la arena calcárea de un acantilado, que puede verse claramente sin bajarse de la lancha.
Hay decenas de versiones sobre el origen de este dibujo (que sí, se parece a un candelabro), desde que fue trazado por habitantes de la cultura Paracas, 500 años antes de Cristo, hasta que es obra de navegantes antiguos y piratas (que lo habrían usado para guiarse en los mares), pasando incluso por las fuerzas de San Martín (según esta versión, se trataría de un símbolo masón). Y, por supuesto, nunca faltan las teorías sobre seres extraterrestres. Las mismas que hablan de una extraña y misteriosa conexión entre El Candelabro y las más famosas líneas de Nazca, a menos de 200 km.

La Loca de la Escoba
Las hemos visto cientos de veces estampadas en remeras, gorritos, afiches y cuanto producto de merchandising pueda imaginarse. Las más conocidas son El Mono, El Colibrí, La Ballena, La Araña o El Astronauta, aunque las figuras registradas hasta el momento suman más de 300.
Las míticas líneas de Nazca ahora pueden visitarse volando en avionetas Cessna desde el aeropuerto de Pisco, a sólo 15 km de Paracas, en un viaje a todas luces más corto que si se sale de Lima (el trayecto por la ruta Panamericana, además, no es particularmente un parque de atracciones).
Y cuando, después de sobrevolar durante 40 minutos una sucesión de nubes y dunas y más nubes, aparece finalmente el primer geoglifo, hay que ver cómo sobrevienen los ¡Ah!y ¡Oh! De los poquitos pasajeros que caben dentro del avión. Porque no es lo mismo apreciar este espectáculo en un documental o en una foto -por poner el ejemplo más cercano- que, desde luego, presenciarlo en vivo y en directo. Y aunque algunos puedan sentirse mareados por los giros e inclinaciones que hace el piloto (para que los pasajeros de ambos lados de las ventanillas puedan ver unos 15 dibujos), la experiencia es de esas que difícilmente pueden olvidarse.
Lo asombroso es que estas extrañas zanjas, algunas realmente gigantes (El Alcatraz y El Loro, por ejemplo, miden 200 metros cada uno), sólo pueden ser observadas en su integridad desde el aire, lo cual ha despertado todo tipo de interrogantes.
Es que sobre el origen de las imágenes, descubiertas en 1927 y Patrimonio de la Humanidad desde 1994, aún se sabe poco. La tesis científica de más peso -no vamos a perder tiempo con las versiones esotéricas que siguen circulando- dice que se trataría del calendario astronómico más grande del mundo, y una de las más tempranas manifestaciones de matemática y física avanzadas. Habría sido realizado por la cultura nazca entre los años 300 antes de Cristo y 700 de esta era, y en su construcción se utilizaron herramientas rudimentarias como cuerdas y estacas.
Esta fue la explicación que impulsó la investigadora alemana María Reiche, que consagró su vida al estudio de este enigma grabado en el suelo. La Loca de la Escoba, la llamaban, porque a principios de los años 40 se instaló en el desierto equipada con una cinta métrica, una brújula, una escalera de mano y una escoba. Con esta última barrió hasta el cansancio la arenilla que cubría las líneas, al tiempo que convencía al gobierno para que restringiera el acceso público al área.
"Tengo definida mi vida hasta el último minuto de mi existencia: será para Nazca. El tiempo será poco para estudiar la maravilla que encierran las pampas, allí moriré", confesó Reiche, también llamada la Dama del Desierto, y cumplió con su palabra. Murió en 1998, cuando las líneas habían sido descubiertas y admiradas por el mundo, en gran parte gracias a su incansable trabajo y dedicación.

DE FLAMENCOS, PLAYAS Y BANDERAS
Dicen que el General José de San Martín se inspiró en los flamencos de Paracas para crear la bandera peruana, tras notar el intenso color rosado de estas aves que, con sus alas desplegadas, dejaban ver una franja blanca en el centro. De hecho, aquí se celebra cada septiembre el desembarco del prócer argentino.
La Reserva Nacional de Paracas, donde abundan las bandadas de flamencos, fue creada en 1975 en uno de los puntos más desérticos de la costa peruana, y es la única área marítima protegida del país.
Tiene una extensión de 335. 000 hectáreas, de las cuales 200. 000 están en el océano Pacífico. En tierra, playas de arena brillante y mares tranquilos como La Mina, Yumanque, Playón o Lagunillas son las preferidas por los limeños que visitan la zona para practicar deportes como windsurf, kitesurf y sandboard.











Sin duda que en la primera impresión el D.F. Intimida: es grande, caótico, inabarcable. Pero después de unos días, las distancias parecieran acortarse y moverse por esas intrincadas calles donde a diario circulan 24 millones de personas resulta más sencillo.
Los turistas suelen quedarse en la ciudad apenas un par de días antes de huir hacia la playa, pero vale la pena estirar un poco más la estada para desentrañar una ciudad cargada de historia, museos, cultura popular, fiestas y tradiciones.
A continuación, la nueva colonia Roma, remozada y de moda; el Zócalo histórico, centro de los festejos del bicentenario, y una noche típica de lucha libre, tres ejes para sumergirse de lleno en la vida auténticamente mexicana.

Lo nuevo: Colonia Roma
La colonia Roma está cambiada. Lo advierte cualquiera y a simple vista, incluso el que visita por primera vez la ciudad. Esos bares modernos, el reluciente hotel boutique, las tiendas con ropa de diseño, las galerías de arte y el ambiente joven que revolotea en el aire se nota que son nuevos, de hace unos pocos años.
La colonia Roma está de moda. "Sigue a los anticuarios y a los gays y encontrarás los lugares de moda", me dijeron alguna vez. Y parece que la fórmula no falla, porque la Roma es el nuevo lugar del inmenso D.F. Elegido también por gays para caminar lejos de los prejuicios, en una ciudad que acepta el matrimonio homosexual.
La colonia Roma, como llaman aquí a los barrios, fue uno de los primeros en desarrollarse, más allá del centro, a principios del siglo XX, en los tiempos de Porfirio Díaz. Se construyeron grandes mansiones donde vivían familias de clase alta que paseaban su elegancia por las amplias calles. Con los años cayó en decadencia y muchas de las casas fueron abandonadas.
El gran terremoto de 1985 averió muchas construcciones y mucha más gente dejó el lugar. Incluso todavía se ven casas con fachadas resquebrajadas. Así como unos se fueron, otros llegaron: en los últimos 10 años artistas y escritores desembarcaron atraídos por el lugar, con mucho verde, plazas, casas bajas, vecinos de siempre y alquileres muy baratos.
Y resurgió para convertirse en una de las zonas más placenteras de la ciudad para pasear, sin el glamour de Polanco y un poco menos cool que La Condesa. Aquí se mezcla la bohemia con el zapatero remendón de años.
Es sábado a la tarde, los bares y restaurantes están llenos, la gente caminaba sin prisa, y el mercado de pulgas sobre Alvaro Obregón, la avenida principal, con gran bulevar en el centro, sigue ofreciendo de todo un poco.
Una tarde ideal para caminar sin prisa y descubrir lo mejor de Roma.
Se puede empezar por Colima (entre Tonalá y Cuauhtémoc), la calle por excelencia del barrio, con muchos negocios de diseño de ropa y accesorios, como Sicario, y galerías como Vértigo, especializada en diseño gráfico.
Uno de los nuevos vecinos de la colonia es el Brick Hotel, que abrió hace apenas cuatro meses. Es un hotel boutique, también de moda en México, con 17 habitaciones y decoración moderna ciento por ciento mexicana.
"Antes fue una casa de citas, después una cerrajería, también estuvo años abandonado hasta que se restauró como hotel, siempre conservando la estructura original", cuenta Carlos, uno de los conserjes del hotel que está en la esquina de Orizaba y Tabasco. La pizzería, muy concurrida, que da a la calle, se llama Olivia, por la madama de la casa de citas. Parece que todo quedó en familia.
A la vuelta, en la esquina de Orizaba y Alvaro Obregón, casa LAMM, construida en 1911, cuenta con un centro cultural, galería de arte y restaurante, pero lo que realmente impacta es la construcción, con una enorme escalera.
A pocas cuadras, la plaza Río de Janeiro, la más linda del barrio, con una enorme fuente en el centro, está colonizada por un grupo de niños boy scouts que juegan, gritan y se divierten.
En la esquina, el Café Toscano, uno de los estrella, invita a relajarse en una de las mesitas de la vereda. En la Roma, el frenético D.F. Pasa a un costado.

Lo tipico: Lucha libre
Para desentrañar el D.F. Desde un costado más popular una buena elección es ver lucha libre. Una suerte de deporte nacional (después del fútbol, por supuesto) y espectáculo. Para un extranjero será claramente un show, muy bien montado para la ocasión, pero los mexicanos se apasionan y por momentos la frontera entre deporte, combate y espectáculo se confunde bastante.
Muchos son realmente fanáticos. Hay programas de televisión; revistas especializadas; un vasto merchandising de máscaras, trajes y muñecos, y desde hace apenas unos días, hasta un videojuego, Héroes del ring , que pone en las consolas la lucha libre mexicana.
Desde fuera del Arena México, uno de los estadios cubiertos donde se realizan los combates, los martes y viernes por la noche, ya se siente el clima de fiesta, como en los alrededores de una cancha de fútbol.
Los luchadores ya están sobre el ring; la gente grita y alienta a unos y otros. Los vendedores ofrecen cerveza, golosinas, snacks. Un espectáculo para toda la familia, aunque son muchos más los adultos que los chicos.
Empieza uno de los combates de tríos con tomas extrañas (todas tienen nombre), mucha actuación y un gran despliegue de acrobacia dentro y fuera del ring.
"Eso no se vale, eso no se vale", dice gritando un nene, muy enojado con uno de los enmascarados.
Rolando Flores, un buen compañero de asiento y espectador frecuente, se encarga de aclarar un poco las cosas: "Hay dos bandos de luchadores, rudos y técnicos. Los técnicos son los que respetan las reglas y juegan limpio, serían los buenos; los rudos, los que juegan sucio, los malos".
El público en general está a favor de los técnicos, pero hay muchos que siguen a los rudos, como a quien le gustaba el Diábolo o la Momia Negra en nuestro Titanes en el ring , y por supuesto también existe la versión del árbitro William Boo mexicano.
"Tuviste suerte, hoy se presentan buenos luchadores", comenta Rolando, que conoce peso, altura y técnicas de cada uno.
En la pelea estelar de tres contra tres compiten Místico, Strongman y La Sombra contra Volador, Ultimo Guerrero y Lyger, estrellas mediáticas, aunque no tan famosas como el histórico Santo, el Enmascarado de Plata.
"Qué bueno sería que apuesten las máscaras Místico y Volador", se ilusiona Rolando.
La mayoría de los luchadores son enmascarados y mantienen su identidad oculta como un secreto que perpetúa la leyenda, pero cuando hay rivalidades personales (ficticias o reales vaya uno a saber) se pactan luchas de apuestas, donde ponen su propia máscara en juego. Perder es un deshonor, para muchos el final de la carrera; otros siguen, pero a cara descubierta.
Los días de apuesta de máscara o de cabellera, el Arena explota de gente, hay que conseguir las entradas por adelantado.
Y quizá se dé, porque la rivalidad entre Volador y Místico está en su punto justo. Volador, ganador de la Copa Bicentenario, está dispuesto a apostar su máscara para demostrar que esto no es ningún juego.
Más allá del resultado final, todos salen contentos, en busca de la máscara o el muñeco favorito que venden de a cientos en la puerta.

Lo historico: El Zócalo
Es una noche más en el D.F. , sin aparentemente nada para festejar, pero la Plaza de la Constitución, más conocida como el Zócalo, una gran explanada con sólo un mástil en el centro (de día flamearía una inmensa bandera mexicana), está muy concurrido.
Los chicos juegan con unos juguetes luminosos que vuelan por el aire, los grandes charlan y comen unos tacos, que se venden por todas partes. Una catrina (una calavera muy elegante y distinguida) se saca fotos con los pocos turistas que quedan en la plaza. Porque la muerte siempre está presente en las tradiciones mexicanas.
Frente a la catedral se alborotan los puesteros ambulantes. "Vienen, vienen", se corrió la voz entre unos y otros. Los ratoncitos de peluche que movían la cola en el piso terminan en la bolsa de la vendedora, que desaparece en cuestión de segundos.
Los que vienen son policías, que se ven permanentemente por las calles, sobre todo de noche.
Una campaña de la Secretaría de Turismo intenta deshacerse del estigma de ciudad insegura y hasta garantizan que hay menor delincuencia que en algunas ciudades norteamericanas.
Más allá de la presencia policial, las calles están poco iluminadas e intimidan a los que no están acostumbrados, pero en la Zona Rosa, La Condesa o Polanco, se puede andar sin preocupaciones a toda hora, e incluso viajar en metro, que funciona hasta casi la medianoche.
Hace un mes, en el Zócalo se realizó el estridente Grito, la celebración del bicentenario de la Independencia. Porque éste es un año patrio también en México, mucho más patrio que lo habitual.
El 15 de septiembre se cumplieron 200 años de aquella lucha del padre Hidalgo. Todavía los edificios de alrededor de la plaza lucen carteles con los colores mexicanos, que se encienden de noche. Se acuñaron monedas del bicentenario, hay circuitos históricos específicos y menús alegóricos en los restaurantes, como la patria manda.
Pero como en México todo es a lo grande, este año también festejarán los 100 años del inicio de la Revolución comandada por Emiliano Zapata y Pancho Villa contra Porfirio Díaz.
En el Zócalo hay un cartel electrónico con la cuenta regresiva de los días que faltan para la celebración del 20 de noviembre. Ya se preparan los festejos, de 14 días, que se iniciarán el 7 de noviembre, con 300 artistas en la escena del Zócalo, luces y proyecciones sobre los edificios.
Alrededor de la plaza están los sitios históricos más importantes. Hay que volver de día.
Entre los imperdibles, se destaca la catedral, con cinco siglos de historia, que cada año se hunde unos siete centímetros.
Atrás, donde están las ruinas del Templo Mayor azteca, un museo cuenta la historia de la antigua Tenochtitlan.
A otro costado, en el Palacio Nacional, a donde se ingresa en forma gratuita, hay que subir para ver los impresionantes murales de Diego Rivera, que retratan el pasado de México.
Una de las mejores formas de terminar la noche es en el Café de Tacuba (Tacuba 28), uno de los más emblemáticos, fundado en 1912, a unas pocas cuadras del Zócalo, y pedir un enchilado Tacuba con una cerveza. Los mariachis, con su repertorio tradicional, le ponen la cuota musical a la comida. A no entusiasmarse con los pedidos porque cada tema cuesta cerca de 10 dólares.
Andrea Ventura (Enviada especial )
En Oh my gauze! , un negocio de ropa y decoración en el famosísimo Boulevard Las Olas, tomar fotos de los productos puede considerarse “espionaje”. Es que esta casa vende productos ‘one of a kind’, o sea, artesanales. Y en Estados Unidos, donde casi todo se fabrica en serie, encontrar objetos únicos es un hallazgo.
Quien viaje a Miami debe reservarse un fin de semana para Fort Lauderdale, unos 36 km al norte, sobre el Atlántico. Parece una ciudad flotante, asentada so-bre cientos de canales de agua de mar, lo que le vale el nombre de “La Venecia de América”: por allí navegan góndolas de plástico que poco tienen que ver con las italianas, pero bien valen un paseo. Paraíso para fanáticos del shopping, ofrece artículos más refinados y exclusivos que Miami, con la ventaja de que, además, es un polo de diversión para grandes y chicos.
Pasarla bien aquí es fácil. El 80% de los bares, restaurantes y tiendas es atendido por sus dueños y la ciudad cuenta con transportes confortables. Hay taxis de agua, el sun trolley, que une el downtown con las playas, y los clásicos yellow cabs, que aquí no pasan de largo como en Manhattan.
De sur a norte, el Gran Fort Lauderdale tiene seis playas, cada una con su personalidad: Hollywood, Dania Beach, Ft. Lauderdale, Lauderdale By The Sea, Pompano Beach y Deerfield Beach. La más chic es Ft. Lauderdale; Pompano Beach y Deerfield Beach son ideales para familias con chicos; y para relajarse, la más tranquila es Lauderdale By The Sea. Todas tienen hoteles de diferentes categorías, cabañas con jardines fabulosos y departamentos junto al mar bien equipados, a precios accesibles.

Por dónde empezar
Reemplacemos el nunca bien ponderado city-tour por un sightseeing cruise, a bordo de un taxi-lancha, un yacht de excursión o una góndola: la idea es navegar a lo largo de la Intracoastal Waterway –un canal paralelo al mar– y el New River, para experimentar la fisonomía náutica de Ft. Lauderdale y su Puerto Everglades, donde amarran cruceros imponentes y pequeñas embarcaciones. El puerto es un punto neurálgico y un programa en sí mismo, con restaurantes, boutiques y marinas. Está a tres km del Aeropuerto Internacional Ft. Lauderdale, prácticamente en medio de la zona urbana.
“En el mar, la vida es más hermosa…” decía una viejísima canción, y Fort Lauderdale es indicadísimo para los amantes del océano. Excursiones de pesca, buceo, paseos y safaris ecológicos en airboat, viajes a la isla “All you wish to eat” (Todo lo que desea comer) en el Jungla Queen Riverboat (un barco “a paleta”, como los antiguos del río Mississippi), canotaje, windsurf, natación en el mar o en alguna de las cinco mil piscinas de los hoteles, invitan a usar traje de baño y ojotas desde la mañana hasta la noche.

En tierra firme
Con los chicos, son imperdibles las visitas a Flamingo Gardens, una reserva botánica trazada sobre bellísimos jardines con flamencos rosados, y al Butterfly World, un mariposario con ejemplares insospechados, pájaros coloridos y floresta tropical. Otra salida impostergable –mejor si es con amigos– es la del infalible drink, a la hora del crepúsculo. Las vistas más espectaculares están en los bares de los grandes hoteles, como The Atlantic Hotel, Bahía Mar, Hilton, Hyatt o Sheraton. Para jugar al golf hay varias canchas, y si se trata de azar, el Gulfstream Park o el Hard Rock Hotel & Casino. Sobra entretenimiento y frivolidad, pero también hay “perlas” como las del Museum of Art, con la mayor colección permanente de arte de Copenhague, Bruselas y Amsterdam (CoBrA).

En este reino de tentaciones y consumismo, da la impresión de que sólo el aire de mar es gratis. Sin embargo, el SunTrust Sunday Jazz Brunch es un concierto gratuito que se arma sobre la playa, el primer domingo de cada mes. Cada uno lleva su canasta y su silla y disfruta del pic-nic musical.

Sissi Ciosescu (especial)
Zarpamos de Quellón hace más de ocho horas. Hemos navegado toda la noche. La barcaza Alejandrina es peor que una micro amarilla. Huele a humedad y aceite quemado. Tiene varias filas de asientos destartalados, una suerte de cafetería donde no dan ganas de asomarse y -esto es inolvidable- un par de televisores que pasan a todo volumen, sin parar, unos compilados de rock de los años ochenta, con sus letras para cantar.
Debemos llegar a Añihue, una poco conocida reserva natural ubicada justo en la desembocadura del río Palena, con 10 mil hectáreas de superficie prácticamente intocadas: fiordos, bahías, bosques, montañas, aves, lobos, delfines, ballenas. Pero, antes, hay que alcanzar Raúl Marín Balmaceda, un diminuto pueblo que apenas se ve en el mapa y que -dice la historia- se llama así en honor a un senador chileno que murió de un infarto durante una sesión en el Congreso, en los años cincuenta. La barcaza Alejandrina se ha movido con vaivenes infartantes. Pero ya estamos aquí y no sirve quejarse: estos parajes australes son, sin duda, para aventureros.
Al pisar las tierras de Raúl Marín, Felipe González (34), el hiperactivo anfitrión de Añihue, nos ayuda con los bártulos y los lleva hasta una lancha que aguarda en el muelle. En ella nos iremos por el único camino que existe hacia la reserva: el mar. Felipe González enciende el motor de la lancha. Raúl Marín Balmaceda, la dichosa barcaza Alejandrina y los compilados de rock quedan atrás para siempre. Navegamos. Todo es verde: el mar, las montañas. Tras unos quince minutos, un pequeño montículo de piedras que aparece junto a la costa nos indica nuestra próxima detención. Hemos llegado, finalmente, a su hogar: la Reserva Añihue.
Felipe González y su familia -su mujer, la arquitecta Antonieta Quirós, y sus dos pequeños hijos- viven en Añihue hace cuatro años. Para ellos, venirse hasta aquí fue una decisión radical. Debían abandonar las comodidades de la ciudad para asumir un intrincado desafío: convertir a esta reserva natural en un nuevo destino turístico de Chile. Pero no uno cualquiera: en Añihue el foco está puesto en la conservación y en la vida ecológica.
González, su familia y un par de amigos que también viven aquí -ninguno con más de 40 años- son auténticas personas "verdes": viven gracias a paneles fotovoltaicos, regulan cada uno de sus consumos eléctricos (el secador de pelo está prohibido, por ejemplo), tienen una huerta orgánica donde producen prácticamente todos los vegetales que consumen, reciclan la basura y la transforman en abono para las plantas, han construido cabañas y talleres con sus propias manos y, por supuesto, no tienen televisión (ni piensan en ella). Sus pertenencias "citadinas" son sólo películas, un devedé portátil con pantalla, internet y teléfono satelital, y -hasta ahora- un par de barritas en la señal del celular, que se captan en un punto preciso cerca del muelle.
Sin embargo, Añihue no les pertenece. Su verdadero dueño es el empresario estadounidense Addison Fischer, quien hasta ahora no ha tenido interés de establecerse aquí (como sí lo tuvo, por ejemplo, otro de su estirpe, Douglas Tompkins, y en una zona muy cercana a Añihue: el parque Pumalín). Hace unos años, Addison Fischer encontró este rincón en la Patagonia chilena, lo compró en 15 millones de dólares y le encomendó su cuidado a Felipe González. Y éste -que ya tenía años de experiencia trabajando como guía de pesca para la familia Dufflocq, dueña de exclusivos lodges en la Patagonia- aceptó sin problemas.
"Para mí esto es un sueño", dice González mientras sortea con su lancha las olas del fiordo Pitipalena, uno de los principales de la zona. "Es una fantasía. Y, claro, queremos compartirla con todos". La fantasía de Añihue puede resumirse así: en un lugar donde todo está rodeado de naturaleza salvaje, la reserva brinda apoyo logístico a científicos interesados en investigar y crear proyectos de conservación. Y, mientras todo eso ocurre, también reciben a pequeños grupos de turistas que quieren ser testigos de cómo se hace este trabajo en terreno y experimentar la vida agraria. Pero con todas las comodidades: cabañas confortables, desayuno a la cama, almuerzos y cenas gourmet en un comedor común donde, incluso, se puede compartir con los científicos. Y, por cierto, con una atención súper personalizada.
Hoy, por ejemplo, hemos salido en busca de ballenas azules y jorobadas (cuya presencia está siendo monitoreada hace dos años por la reserva) y delfines australes (los mares de Añihue están repletos, literalmente, de delfines australes: incluso es posible verlos saltando desde los ventanales de las cabañas). Con nosotros viaja la bióloga alemana Heike Vester, fundadora del proyecto Ocean Sounds (www.ocean-sounds.com), que investiga el lenguaje de los cetáceos. Heike ha pasado ya dos temporadas estudiando delfines y ballenas en los alrededores de Añihue. Así que es parte de la casa: de hecho, ella misma ha instruido a la gente de Añihue sobre cómo se debe realizar un correcto avistamiento de cetáceos.
Navegamos en silencio. Heike lleva una potente cámara fotográfica, un hidrógrafo (instrumento que permite escuchar y grabar los sonidos bajo el agua con gran fidelidad) y nunca se despega de sus binoculares. De pronto, un grupo de delfines aparece a nuestro alrededor. Nos acercamos de inmediato, pero se alejan rápidamente.
- ¡Vámonos! -dice la bióloga con voz firme. Felipe González, quien comanda la lancha, se aleja de inmediato. Entonces aprendo mi primera lección como "turista científico". "Si los delfines hubiesen querido estar con nosotros, se habrían quedado aquí", explica Heike. "Pero no. Se iban rápidamente. Eso es una señal: nuestra presencia sólo los estaba estresando. Así es que debemos marcharnos".
Aparte de recibir científicos y turistas, Añihue desarrolla un programa de voluntariado cuyo objetivo también es promover la vida ecológica. Cada verano, abre cupos para quienes quieran pasar un mes aislados de la civilización, pero trabajando en todo tipo de actividades de la reserva: cultivo de huerto orgánico, alimentación de animales, construcción, reciclaje de basura, investigación de flora y fauna. Ese tipo de cosas.
Lo del aislamiento no es sólo un decir. En las 10 mil hectáreas de superficie que comprende la reserva, hay sólo dos sectores habitados: a uno le llaman Toninas, donde está la casa principal y las dos cabañas para turistas; y al otro, Añihue. Los voluntarios viven en Añihue, una inmaculada bahía, rodeada de fiordos, a la que se llega tras una hora de navegación desde el sector Toninas. En Añihue sí que no hay nada: sólo un par de casas de madera y una familia, la de Francisco Gómez (32), su mujer y su hija, quienes también cambiaron para siempre el rumbo de su vida, y hoy se encargan no sólo de hacer una suerte de soberanía en la zona, sino también de guiar y traspasar sus conocimientos a los voluntarios.
Esta vez encontramos a Derek Lactaoen, un estadounidense de 20 años que está en Chile como alumno de intercambio de periodismo, y la chilena Javiera Carreño, de 24, estudiante de ecoturismo. Son los dos voluntarios del mes que, en muy poco tiempo, han debido aprender -y desafiar- la recóndita y salvaje geografía de Añihue.
"Cuando llegamos llovía sin parar. Y se mantuvo así durante varios días. Fue duro: no era lo que esperábamos", cuenta Javiera, mientras lava los platos del almuerzo, una de sus tareas cotidianas. "Aquí hemos tenido que hacer de todo: desde salir a buscar leña hasta carnear chanchos. Y ahora estamos aprendiendo sobre lombricultura. Por eso, más que trabajo, esto ha sido toda una experiencia".
A la mañana siguiente, salimos con dos buzos del equipo Frontera Azul -Eduardo Sorensen y Fernando Luchsinger-, que trabajan en un documental para TVN sobre el desconocido mundo submarino chileno.
Antes de partir en la lancha, junto a Felipe González, Felipe Delpiano (el segundo a bordo, diseñador santiaguino que también le dio un vuelco a su vida y hoy vive ingeniándoselas para construir lo que sea con maderas en desuso) y los buzos, observamos atentamente una carta de navegación, donde están marcados varios puntos en que se han visto ballenas azules.
- ¡Tal vez podamos bucear con ellas! -dice entusiasmado Sorensen, aunque sabe que lograrlo no es, para nada, tarea fácil. Subimos los equipos a la lancha. Tanques de oxígeno, cámaras de video. Felipe González enciende el motor, ajusta su GPS y zarpamos. Unos minutos más tarde estamos frente a unos islotes conocidos como Tres Marías, uno de los mejores puntos de buceo de la reserva, también indicado en la carta.
"Es sorprendente la biodiversidad del fondo marino", dirá más tarde el buzo y fotógrafo submarino Eduardo Sorensen. "Sobre todo porque esta zona, desde Melinka hacia el sur, ha sido súper afectada por el tráfico de barcos y la sobreexplotación pesquera. Aquí había centollas, corales látigo, esponjas, erizos, y muy buena visibilidad. Las especies estaban muy bien conservadas".
Aunque las ballenas no hayan aparecido esta vez, las palabras de Sorensen dejan a todos satisfechos: hemos constatado, en terreno, cómo Añihue aún se mantiene intocada.
-Es la razón por la que estamos aquí -dice Felipe González, y enciende nuevamente el motor.
En la ruta de regreso, un grupo de delfines australes vuelve a aparecer alrededor. Tras varios días en la reserva, verlos juguetear junto a nuestra lancha se ha vuelto una costumbre.
El proyecto
Impulsado por la Fundación Melimoyu, un proyecto privado busca convertir toda esta zona -donde se encuentra la Reserva Añihue- en un nuevo Parque Marino y Área Marina Protegida para Chile (a la fecha, el único que existe es el Parque Francisco Coloane, en la Región de Magallanes). El objetivo es conservar la rica biodiversidad de la zona e impedir el avance de la industria salmonera. Los límites propuestos van desde el sector de Punta Yeli hasta el río Santo Domingo, frente al Golfo del Corcovado. El proyecto ya fue presentado ante la Conama y aún se encuentra en estudio.
Más información, www.melimoyufoundation.com
Desde cerro Avanzado, 16 kilómetros hacia el sur del centro de Puerto Madryn, se divisa perfecta la redondez de la tierra sobre el horizonte marino. Sólo el ir y venir de algunas ballenas, allá a lo lejos, interrumpe la total quietud de la superficie del mar. En El Doradillo, una playa situada 17 kilómetros hacia el norte desde el centro de la ciudad, el espectáculo se repite, aunque cada vez sea único, como todo lo que tiene vida. Y desde el muelle céntrico de Madryn, una vez más, las ballenas vuelven a ser protagonistas. También las vemos desde los ventanales de Vesta, el restaurante que se levanta sobre Punta Cuevas, casi en las afueras de Madryn, exactamente el lugar al que arribaron los colonos galeses en 1865 a bordo del “Mimosa”.
Y en las aguas de la Península Valdés, examinando el mar con binoculares y a simple vista desde el mirador del sendero Arenal... Es que las ballenas, en pleno invierno, están por todas partes. No hay que salir a buscarlas, basta con querer verlas, y si es de noche –hay quienes caminan por el muelle al anochecer, o simplemente desde el bulevar costero– no se las ve, pero se las oye, con el bramido sordo que las caracteriza el expulsar su chorro de vapor en forma de V. Aquel que las distingue de cualquier otra ballena, como las distinguen sus callosidades, ese engrosamiento de la piel situado en la zona donde las personas tendrían cejas y barba, y que es la seña de identidad propia de cada ejemplar, la que permite el reconocimiento de parte de los biólogos y especialistas. Para las ballenas, no hay temporadas bajas y altas: desde que llegan, a fines de mayo, hasta que se van, a mediados de diciembre, son las reinas del Atlántico sur. Pero para los visitantes la ventaja de esta época es la menor afluencia turística, que facilita los avistajes embarcados y permite sentirse como un auténtico pionero en las desérticas tierras de la Península Valdés.
Cerro avanzado
En las afueras de Madryn, cerro Avanzado es una de las mayores elevaciones de la región, con unos 100 metros sobre el nivel del mar. Lo suficiente como para brindar una vista magnífica sobre todos los alrededores, desde las playas del norte hasta Punta Ninfas, el lugar donde el Golfo Nuevo se comunica sobre el Atlántico. “Desde aquí arriba –explica Juani Domínguez, al volante de un 4x4 que permite internarse por el terreno en fuerte desnivel de cerro Avanzado– vemos toda la superficie del Golfo Nuevo, que se extiende sobre unos 2500 kilómetros cuadrados. Tiene unos 17 kilómetros de ancho, con unos 45 metros de profundidad promedio: hay que pensarlo como una gran pileta estancada, ya que sólo entre el tres y el cuatro por ciento anual del agua del golfo se renueva... Y a unos 80 kilómetros de aquí, en línea recta, se encuentra Puerto Pirámides. ”
El recorrido pasa por playa Kaiser, sobre una zona de médanos vivos que cada año se van desplazando por la fuerza del viento; sigue con un pequeño paseo sobre la restinga –una gran “plataforma de abrasión” donde la marea sube y baja constantemente, permitiendo un peculiar modo de vida anfibio y el desarrollo de pequeños bivalvos, lapas y caracoles “diente de perro”– y se detiene un rato en playa Paraná, uno de los sitios preferidos de la gente de Madryn para pescar distintas especies desde la costa. Más adelante, ya en la zona de cerro Avanzado propiamente dicho, llega el momento de comenzar una fascinante caminata interpretativa: paso a paso, se aprende a distinguir las diferentes especies entre la vegetación achaparrada y espinosa que a primera vista parece toda igual; se descubren simbiosis naturales como la de las avispas con una planta llamada “agalla”; se escucha que las plantas de jarilla no necesitan espinas para defenderse de los animales, porque su propia resina las vuelve demasiado amargas (y por eso mismo se echan las ramas de jarilla al fuego del asado, ya que genera un humo espeso que le da a la carne un sabor peculiar). “En las bardas –explica Juani– se ven dos colores muy marcados, que son la señal de dos ingresiones marinas en la Patagonia, hace millones de años. No se sabe si el continente se fue hundiendo o si subió el nivel del agua, pero la región estuvo cubierta por un mar durante 35-30 millones de años; fue lo que se llamó el ‘mar patagoniense’, que dejó pocos rastros fósiles.
La parte que estuvo cubierta es la que se ve más sombreada, en tanto la parte blanca son los sedimentos que se fueron acumulando en el fondo durante millones de años. Luego hubo otra ingresión marina, que abarcó desde Península Valdés hasta la provincia de Entre Ríos; la segunda franja superior más oscura es donde se acumularon los sedimentos de esta segunda invasión del agua. De este período es la mayor cantidad de fósiles que se pueden encontrar aquí. ” Le basta hundir apenas la mano en el suelo para sacar una ostra fosilizada, y luego otra, y otra más... También hay otros bivalvos petrificados, “dientes de perro”, dientes de tiburón y dientes de raya que han sobrevivido el paso de millones de años: el cañadón que horada cerro Avanzado es un verdadero tesoro paleontológico, un viaje a la prehistoria de la prehistoria donde también aparecen perdidos testimonios de los pueblos aborígenes que vivieron en la región, y dejaron sus puntas de flecha, sus boleadoras, y hasta sus hachas ceremoniales.
El paseo por cerro Avanzado se puede combinar con la visita a la lobería de Punta Loma, a pocos kilómetros del centro de Madryn, un apostadero permanente de lobos marinos donde en los últimos tiempos se está realizando en forma experimental el buceo y snorkelling con estos animales. “Los lobos son animales sociables y curiosos; les gusta interactuar. Y como desde hace tres años se realiza el buceo, ya hay tres generaciones de lobos marinos que saben que las embarcaciones no representan un peligro, de modo que están cada vez más atrevidos. Se acercan sin miedo y a veces hasta tocan o mordisquean el brazo del buceador como perritos”, cuenta nuestro guía, a medida que atardece y nos acercamos de nuevo al centro de la ciudad, cuyas luces ya brillan formando una amplia medialuna fosforescente sobre el golfo.
Ballenas, Ballenas
Al día siguiente, llega el esperado momento del avistaje de ballenas embarcado. Después de recorrer unos 110 kilómetros hasta Puerto Pirámides, y de haber visitado el nuevo centro de interpretación por donde se accede a la Península Valdés, exactamente frente a la famosa Isla de los Pájaros, se hace la hora de acercarse a la playa, subirse al semirrígido y adentrarse en el mar. Aunque es pleno invierno, el cielo está totalmente despejado y el Atlántico luce azul y brillante. “Estamos en una muy buena época para el avistaje: todo agosto, septiembre, parte de octubre. Han llegado todas las ballenas que tienen que llegar, y no se ha ido ninguna. A fines de octubre se empiezan a ir, hasta mediados de diciembre cuando se retiran los últimos ejemplares”, comenta Jorge Schmid, uno de los pioneros de las salidas embarcadas en Puerto Pirámides. “Me vine con un amigo en el año ’70 para 15 días de vacaciones, y ya hace casi 40 años que estoy aquí en Puerto Madryn”, agrega. En esos casi 40 años, los visitantes pasaron de siete a 115. 000 anuales... “Hay gente que hace casi 14. 000 kilómetros para venir a ver las ballenas”, subraya Schmid, y borra de un plumazo cualquier duda para recorrer los 1400 kilómetros que separan Buenos Aires de la Península Valdés.
Una vez en el agua, las ballenas cumplen: aunque cada avistaje es diferente –a veces se ven colas, a veces apareamientos, a veces saltos, y a veces simplemente “berenjenas flotando”, como definió con humor un turista español– tenemos la suerte de verlas como si estuvieran posando. A pocos metros de las embarcaciones, aceptan la presencia de la gente, se mantienen cerca de la superficie y se las puede ver junto a los ballenatos en escenas conmovedoras de cariño maternal. Además no están solas: un puñado de pingüinos algo desorientados nadan cerca de ellas, separados del grueso de aves que llegará a la reserva de Punta Tombo recién a fines de septiembre.
El mismo espectáculo, sorprendente también por su cercanía, se disfruta en las playas de El Doradillo, consideradas las mejores para hacer avistaje costero. Para Patricia, que es guía de turismo en Madryn desde hace años, es un lugar mágico: basta pararse al borde del mar para ver a simple vista las enormes ballenas a pocos metros de la orilla y escuchar el sordo bramido con el que se comunican. Desde Punta Flecha, unos metros por encima de la playa, se las puede ver y oír gracias al hidrófono instalado en un refugio de la Fundación Patagonia Natural: dueñas y señoras del océano, aunque ahora en creciente lucha con las abundantes gaviotas que las acosan sin cesar, emociona verlas en su hábitat como embajadoras de ese mundo marino cuya supervivencia depende de la acción responsable del hombre. No se puede sino recordar las palabras que se oyen en el Ecocentro de Puerto Madryn: “En el extremo sur, el Mar Patagónico es un mar vivo, enigmático, que baña las costas de la Argentina y parece interminable. Un volumen en movimiento, que sostiene la vida en la Tierra y nos afecta a todos”
La arena de Playa Unión, en las afueras de Rawson, se ve desierta en esta época del año: es un contraste notable con los cientos de sombrillas multicolores que la invaden apenas empieza a hacer un poco de calor. Pero el agua está lejos de estar deshabitada, porque este es el lugar ideal para avistar toninas overas, el delfín blanco y negro típico de las costas del sur de la Argentina. El punto de partida de la embarcación es el puerto contiguo Playa Unión, donde algunos lobos marinos toman sol perezosamente mientras los guías van subiendo a los turistas equipados con capas impermeables y chalecos salvavidas. Es que la navegación, a diferencia de lo que sucede en Puerto Pirámides, es en mar abierto y durante la búsqueda de las toninas el movimiento del barco y el oleaje pueden causar un auténtico chapuzón. Rapidísimas, las toninas no tardan en aparecer: saltan con agilidad a pocos centímetros de las lanchas, se sumergen para volver a aparecer del otro lado y parecen jugar a las escondidas con las cámaras fotográficas de los pasajeros. Como con las ballenas, el capitán es el más atento y experto para distinguirlas sobre la superficie del agua. Pero a diferencia de otros avistajes, el de las toninas no está garantizado: la especie es más imprevisible y se mueve con más rapidez, aunque la mayoría de las veces no hay ninguna dificultad para verlas, después de no más de un cuarto de hora de navegación. En total, son casi dos horas desde la salida hasta el regreso al puerto, cuando llega la hora de disfrutar los recuerdos y las fotos tomando algo caliente frente al puerto mismo de Rawson.
Un vistazo a las mejores playas y un tour por la Vieja San Juan que comienza de día y termina de noche, bien tarde, a ritmo de salsa
La escena es curiosa: en la enorme explanada que lleva al fuerte San Felipe de Morro, decenas de chicos remontan sus chiringas (barriletes), con un mar demasiado azul para ser real, vigilado celosamente por las fortalezas del Viejo San Juan de Puerto Rico.
No muy lejos de allí, las cruces del cementerio Santa María Magdalena miran el agua, estampadas entre la colina y el cielo. Ese mismo mar fue, hace siglos, escenario de feroces batallas entre quienes, en distintos momentos de la historia, pretendían ingresar a la bahía -españoles, holandeses, británicos, corsarios-. Hoy, el Viejo San Juan tiene las fortificaciones mejor conservadas del Caribe y, por la noche, despliega un menú inagotable de sitios para bailar salsa y beber el mejor ron sobre la faz de la Tierra.
Se dice que en Puerto Rico hay una festividad para todo: se celebra el Día del Plátano, de las Chiringas y hasta el Día de la Hamaca. En cierta forma, este dato ilustra el carácter alegre, alborotado y bromista de los boricuas, que se siente en todo momento mientras uno recorre la ciudad. También se sabe que tienen fama de cacheteros, denominación que conceden a aquel que exige descuento por todo y que siempre pide que le fíen. Una anécdota lo ilustra muy bien: todos los años, en Reyes, el gobernador de Puerto Rico regala juguetes a los niños más necesitados. "Vienen todos a las 5 de la mañana a buscar su juguete y no les importa pagar 15 dólares de estacionamiento ni hacer colas larguísimas frente a la casa del gobernador con tal de que les den algo gratis, aunque al fin de cuentas les costaría más barato en cualquier juguetería", bromea el fotógrafo Miguel Angel Fernández mientras recorremos el Viejo San Juan.
La fuente de la juventud
Esa vivienda frente a la que desfilan niños y cacheteros es, de hecho, uno de los atractivos de la zona, ya que fue la residencia -llamada la Casa Blanca- construida en homenaje a Juan Ponce de León, conquistador español de Puerto Rico y primer gobernador de la isla de San Juan, en 1510. Lo extraño de este hombre es que estaba obsesionado con la existencia de una isla, ubicada al Noroeste, de nombre Bimini, donde había escuchado que existía una fuente de la juventud. Incluso, en 1512 se marchó en busca de esa isla. No sólo no encontró la juventud, sino que la vida se le fue en esa empresa.
Si uno observa el Viejo San Juan desde el cielo se dará cuenta de que se trata de una gigantesca ciudad amurallada, repleta de cafés, galerías de arte, museos y tiendas sobre calles adoquinadas, con el punto más alto en el fuerte San Felipe de Morro. ¿Where is the morro?( ¿Dónde está el morro? ) es la frase con la que se divierten los boricuas para identificar a los turistas norteamericanos, con quienes, en general, parecen tener una muy compleja relación de amor y odio.
Lo mejor es comenzar el recorrido por el Old San Juan en La Casita, puesto de información de la Compañía de Turismo de Puerto Rico, al oeste del Muelle 1, frente a la bahía, y caminar dejando a la derecha los muelles de cruceros. Luego, pasando frente al hotel Sheraton, se sube hasta la plaza de Colón para llegar al fuerte de San Cristóbal, otra de las fortificaciones emblemáticas de Puerto Rico, levantada en 1783 para contrarrestar los ataques por tierra. Este castillo está compuesto por laberínticos fortines, trincheras y túneles que enloquecían al enemigo. Sus ocho grandes salones hospedaban hasta 212 soldados.
Siguiendo el recorrido por la calle Norzagaray se divisa, a lo lejos, el morro, construido en 1539. Para entender su historia hay que tener en cuenta que San Juan era la puerta al Nuevo Mundo y era asediada por constantes invasiones de flotas europeas. El morro fue edificado por soldados, esclavos e ingenieros, que convirtieron a San Juan en una fortaleza impenetrable, con una inexpugnable pared que rodeaba la ciudad y puertas que se cerraban al anochecer.
Recorrer el morro con el océano turquesa de fondo, filtrándose en los recovecos y entre las paredes, es imaginar los barcos armados hasta los dientes, intentando ingresar a la bahía bajo el rugir de los cañones. El pobre sir Ralph Abercrombie puede dar cuenta de lo mal que le fue en su intento de conquista de San Juan, en 1797. Derrotado, escribió en su bitácora que la ciudad pudo haber resistido diez veces más armamentos que los que él llevaba consigo.
Saliendo del morro y regresando a La Casita, el punto de partida, se pasa por la plaza de Beneficencia y otra vez por la Casa Blanca. Después es muy bonito bajar por la calle San Sebastián hasta la plaza San José y luego doblar a la derecha hasta la coqueta plaza de la Catedral, donde está la histórica catedral de San Juan, cuya construcción comenzó en 1521. En ella descansan los restos del conquistador Ponce de León.
Después de hora
Todo lo que durante el día es un precioso paisaje colonial se transforma, por la noche, en un paraíso de barcitos, restaurantes y lugares para hangear (salir de farra, del inglés hang out). Un recorrido por el Viejo San Juan, pero esta vez bajo la luna, podría comenzar en el Nuyorican Café, en el callejón de la Capilla, donde se puede escuchar y bailar salsa, con un interesante mix de música electrónica muy experimental.
Si el programa es tomar un roncito para calentar motores, con un bocadillo para la ocasión, los bares imperdibles están sobre la calle San Sebastián: las barras preferidas son Nonos (con billar), La Tortuga y El Quinqué. En Dragonfly los tragos dulzones maridan muy bien (quién lo hubiese dicho) con una impensada fusión de comida asiática y puertorriqueña. Y muy cerca de allí, en el Toro Salao, las tapas resultan una maravilla. Hay que tener algo claro: en San Juan siempre habrá alguien dispuesto a llenar nuestros vasos con ron.
Los primeros martes de cada mes se realizan las Noches de Galerías, y los centros culturales permanecen abiertos hasta la madrugada, para acompañar la hangeada con un poco de historia. Dicho sea de paso, la piña colada también se las trae, sobre todo si se la bebe en el patio del Níspero, del hotel El Convento, sobre la calle del Cristo.
Pero ya basta de tragos, tapas y arte. Es hora de mover el esqueleto y participar de las clases de salsa en The Latin Roots, donde un viejito de 90 años con lentes negros -una suerte de Tony Soprano salsero y juerguista- saca a bailar todas las noches a las mujeres que se animan.
Para seguir la marcha es un buen consejo pasar de la salsa al reggaeton furioso que explota en Lazer, la disco del momento, siempre en el Viejo San Juan. Aunque también se puede tomar un taxi hasta Brava, en Isla Verde, la otra discoteca que causa sensación.
Así termina el recorrido de un día y una noche por lo más atractivo de San Juan. Y una cosa queda clara: la fama del ron puertorriqueño y de la alegría boricua está muy bien ganada.
Una playa para cada día del año
Arenas blancas y aguas turquesas y templadas que brillan por la noche. Estos son los mejores puntos para relajarse al sol en la isla caribeña
Los puertorriqueños están orgullosos de tener playas en las que, a diferencia de otros destinos, como República Dominicana, los turistas no son prisioneros de un resort. La isla tiene muy buenos caminos y es segura en toda su extensión -se puede recorrer de Este a Oeste en menos de tres horas, y de Norte a Sur en una hora y media-, lo que permite explorarla libremente, sin estar atado a la pulserita del hotel ni a multitudinarias excursiones armadas.
Hay quienes dicen que las mejores playas de Puerto Rico están en la zona este del país, donde el Caribe se despliega en su máxima expresión, con aguas turquesas y tranquilas, bordeadas por corales. Las islas de Culebra y Vieques son dos de los secretos mejor guardados de este paraíso caliente, a las que se accede en barco desde el puerto de Fajardo o mediante una avioneta que demora 20 minutos desde San Juan. Muchas guías de turismo aseguran que, en este milimétrico cruce de coordenadas, se encuentran las costas, las bahías y los cayos más bonitos del planeta. Playa Flamenco, en Culebra, es una síntesis del edén que nos enseñaron de chicos, con un mar cristalino impreso entre el cielo azul y las colinas verdes, donde, de lunes a viernes, no se ve un alma. Si Vieques está un poco más desarrollada comercialmente, Culebra tiene un toque definitivamente bohemio. "Es la playa hippie de Puerto Rico", aseguran.
¡A brillar, mi amor!
Lo cierto es que pese a ese creciente desarrollo hotelero las arenas de Vieques también son solitarias y pacíficas, con la playa Sun Bay como insignia, donde los visitantes más asiduos son un puñado de caballos salvajes que asoman sin complejos sobre la orilla. En Vieques, que alberga parte del gigantesco bosque pluvial El Yunque -nominado para ser una de las nuevas siete maravillas-, uno de los mayores atractivos es la bahía luminiscente de Puerto Mosquito, una de las pocas que hay en el mundo, cuya principal característica es que resplandece a la noche como si se hubiera prendido fuego. La explicación científica es que en cada litro de agua de esa bahía existen 190. 000 organismos unicelulares fosforescentes que brillan cuando se los agita. Es una experiencia maravillosa deslizarse por esas aguas cuando cae el sol, porque los cuerpos brillan en el mar.
En la isla de Vieques ha desembarcado recientemente el primer hotel de la marca W del Sheraton, único en su tipo en el Caribe, con una inversión de 150 millones de dólares. Se trata de la línea boutique de la cadena y la noche cuesta desde US$ 300, aunque en la isla también hay otras opciones de posadas para pernoctar por menos de 100 dólares.
También en el este del país son fabulosas las playas aledañas a Fajardo, conocida como la metrópolis del Este. Allí está la Playa de Palomino, del Hotel Conquistador, y se puede acceder a los cayos de Icanos y Diablo, entre otros. El sitio es ideal hacer para paseos a vela, el snorkeling y el buceo. En Fajardo hay además una laguna luminiscente, imperdible por la noche.
Bucear y surfear
Puerto Rico es, para los buceadores, una meca a la que todos quieren llegar alguna vez. Si bien es cierto que la visibilidad bajo el agua es excelente en prácticamente toda la isla, el oeste y el sur del país ofrecen locaciones que merecen una mención aparte: por ejemplo, en la Porta del Sol (Oeste), con sus magníficos arrecifes de coral y las joyas submarinas que rodean Desecheo, una isleta deshabitada que tiene 24 lugares para bucear en un fondo rocoso, con una visibilidad de más de 30 metros. O en el Sur, donde los atractivos son la Reserva Nacional del Estuario de la Bahía de Jobos y la isla Caja de Muertos, en la costa de Ponce, que permite una aventura al estilo de la búsqueda del tesoro, con corales y una fauna marina colorida y deslumbrante. Todas esas películas y documentales que uno vio con gente nadando entre millones de peces de colores se hacen realidad al calzarse el snorkel y mirar hacia abajo. Un mundo paralelo se abre en cada una de las grietas de esos corales. Desde un enfoque borgiano, se podría aventurar que ese mar resume todos y cada uno de los mares del universo, en momentos pasados y futuros de la historia.
Pero lo máximo para los amantes del buceo es, probablemente, la Pared de La Parguera, en la costa sudoeste. Ubicada en la villa de La Parguera, se trata de una auténtica pared de 40 pies que desciende verticalmente hasta el fondo del mar. Quienes conocen el lugar pueden identificar unos 30 puntos en esta barrera, como Black Wall, Hole in the Wall, Efra´s Wall, y Fallen Rock, con sus inigualables jardines de coral.
En lo que respecta al surf, si bien muchos alaban las playas del norte del país -las olas de Hallow y Los Tubos-, en el oeste existe un paraje incomparable para los surfistas de pura cepa. Se trata de Rincón, un pueblo de 17. 000 habitantes con olas de hasta 10 metros en las playas de Sandy, Parking Lots, Little Malibu y Dogsman.
Para los que prefieren quedarse en San Juan y las playas de la capital, un par de recomendaciones: Escambrón e Isla Verde, balnearios públicos muy bellos, pero más poblados y con mayor infraestructura.
Pequeña guía gastronómica
La cocina boricua logró posicionarse como la más sofisticada y original del Caribe. Este es el top five de los mejores restaurantes de San Juan
Definir la comida puertorriqueña no es tarea sencilla. Influida por las inmigraciones europeas y africanas, así como por los originarios indios taínos y, más recientemente, por Estados Unidos, la comida boricua ofrece fusiones impensadas.
En San Juan es sorprendente la oferta de restaurantes de primer nivel, con la típica cocina criolla, pero también asiática, francesa, española e italiana. Lo que sigue son los cinco mejores sitios para comer en la ciudad de San Juan, según la opinión de Zain Deane, uno de los más reconocidos críticos gastronómicos del Caribe, consultado por La Nacion.
1. Pikayo: el chef Wilo Benet es conocido como un auténtico embajador de la cocina puertorriqueña por la mezcla de comida criolla con técnicas e innovaciones modernas, tanto en los sabores como en las presentaciones de los platos. El hombre es, realmente, un artista. Si visitan Pikayo no pueden dejar de probar el pegao de atún con una salsita de chipotle.
2. La Casita Blanca: este restaurante, ícono de Santurce (uno de los municipios de San Juan), es pura cocina del barrio, sin trucos ni fusiones. Escondido y lejos de la zona hotelera, es uno de los lugares favoritos de los sanjuaneros, que llenan el pequeño salón para probar platos típicos como el pastelón de carn y patitos de cerdo. El almuerzo del domingo tiene status de leyenda.
3. Delirio: aquí se luce el consagrado chef Alfredo Ayala, alumno de Joël Robuchon. Delirio ocupa un espacio íntimo en una casona antigua en el barrio de Miramar. La cocina es moderna y minimalista, y el ambiente romántico y sensual, con toques góticos.
4. Budatai: es el cuartel general del chef Roberto Treviño, una estrella que ha aparecido en programas especializados como The Next Iron Chef y en revistas internacionales del rubro como Bon Appetit. En Budatai, Treviño desarrolla una deliciosa fusión de cocina asiática y caribeña, con acentos globales. Se recomienda el churrasco con ho fun y los blinis de pato rostizado con wasabi y crema fresca.
5. Aguaviva: los cuatro restaurantes del grupo Oof! (Dragonfly, Aguaviva, Parrot Club y Toro Salao) son muy recomendables, pero el menú de Aguaviva merece una atención especial por su oferta de cebiches originales acompañados con tostones, ostras frescas y la antológica paella del Nuevo Mundo, hecha con cous-cous.