La mujer vestía con traje en tono azul celeste, cuello y puños de color blanco y cinturón ancho a juego con el sombrero y el bolso. Subió decidida no sin cierta dificultad los escalones del rellano. Los tacones de aguja resonaron rutilantes en la entrada. Abrió la verja del ascensor y pulsó el botón del séptimo piso. Sonó la campanilla al abrirse la puerta y salió cerrando de golpe. Localizó la puerta sin problemas, solo había un piso por planta por lo visto, y estaba a su izquierda. En la puerta acristalada se podía leer rotulado en letras negras “ROCCO KIMWERLY, DETECTIVE PRIVADO”. Abrió el bolso y extrayendo de su interior una polvera plateada con espejito, aprovechó para darse un último repaso antes de entrar, y buscando la poca luz que despedían las dos bombillas del doble brazo del pasillo, se repintó los labios de un fuerte color granate y se esponjó con los dedos sus rizos dorados que le caían a la altura de los hombros. Dos estirones de la falda lisa de tubo, ayudada por un cimbreante oscilamiento de cadera y todo listo. Ningún ser humano de este mundo sería capaz de negarle nada. Transpiraba sexualidad por todos sus poros y era consciente de ello. La puerta se encontraba entreabierta y empujó con seguridad hacia su interior.
Lo que ocurrió a continuación fue un visto y no visto, antes de que tuviera tiempo de llegar a ver algo fue atraída hacia adentro del apartamento con vigorosa fuerza. Un hombre escondido tras la puerta la agarró por el antebrazo y tiró con fuerza. A su izquierda, donde quedaba la mesa, pudo entonces vislumbrar a un segundo hombre de camisa negra y corbata blanca y ancha, lo mismo que los tirantes de su pantalón. Su cara mostraba un rostro a modo de granito, con unos labios largos y delgados claramente acentuados en una expresión de enfado que dejaba sin ningún tipo de dudas no se encontraba de buen humor.