Es algo que me vino a la mente después de escuchar a Lili Marlene, y recordarla en el Angel azul.
La taberna estaba atestada de hombres, de todas las calañas, marineros, ladrones, narcotraficantes, todos esperaban que la silla vienesa, que posaba sobre un tablado improvisado, con plumas y sedas, fuera ocupada por la rubia despampanante, de estupendas piernas y extraños ojos, tristes por lo que veían a su alrededor, y por lo que observaban cuando los cerraba.
Su historia, repetida: plena guerra, sin nadie que la amparara; qué camino tomar, cantante o prostituta, Mimi eligió ambos. Conoció cientos de esos que esperaban su voz grave de extranjera, que desafinaba sin que a nadie le importara. Su sensualidad erizaba. Todos la deseaban, y estaban dispuestos a pagar cualquier suma por uno de sus favores, y ella, sin sonreír, con pasión inventada, los esquilmaba. No había amor en ella, solo instinto de supervivencia.
Sentado, casi sobre el escenario, un joven soldado, poco más que un niño, esperaba ansioso. Más atrás, entre la niebla del tabaco, otro, mayor, bien vestido, aguardaba con agitación.. El soldado tenía los ojos ávidos, seguramente era la primera vez que entraba a un tugurio como ese, miraba todo, no quería olvidar nada. El otro, escondido en la oscuridad, por el contrario, mostraba seriedad en la cara, el asco por la gente que lo rodeaba era notorio, pero la necesidad de conocer a la ramera era principal.
Ya en el escenario, con un cigarrillo en la boca, la rubia se montó en la silla abriendo sus extremidades y comenzó a cantar Lili Marlene, acodada en el respaldo. Sus movimientos hacían aullar de admiración a la concurrencia, que desbocada hacía poco audible a la cantante. A ella no le interesaba, sólo esperaba que la oferta del después fuera cuantiosa.
Las largas piernas cubiertas con medias negras y un portaligas que enganchaba en su ropa interior del mismo tono, enloquecían al público. Usaba la silla para hacer un acto de seducción, las piernas a veces estaban sobre el respaldo, con una media vuelta lograba levantarse y colocar el botín negro, que protegía sus pies, sobre el asiento, recargándose sobre la pierna, la otra ligeramente abierta. Mientras, el humo salía despacio de su boca gruesa y roja.
Terminada la canción, repetido algunas veces el estribillo, sobre todo cuando decía “por ti Lili Marlene”.
El muchacho, vestido de cabo, sacó de su bolsillo un montón de billetes y fue el primer cliente de Mimí. La siguió enbobado a su camerino, una covacha donde entraba un catre cubierto con pieles, un despojador con los cosméticos, un taburete donde posaba la jofaina de loza con su jarra haciendo juego.
El chico no demoró en salir, pero su cara había cambiado, ojos vidriosos por la lujuria se habían apoderado de aquel niño-hombre, y borracho de pasión fue eliminado de la fila que esperaba su turno.
Sigue